OASIS, ESPEJISMOS Y REALIDADES
Esta era la parte más difícil de vencer: decidir sentarme un día frente a mi computadora para empezar a presionar teclas, una detrás de la otra, y esforzarme por obtener un resultado coherente sobre las diferentes experiencias en mi vida profesional y personal derivadas de la primera.
Pasaron muchos días y noches para poder conseguirlo. Siempre pensaba en ello, y cada vez que llegaba a casa con la intención de hacerlo alguna cosa terminaba cambiando mi decisión. Era el cansancio después de un día largo de trabajo o de ver algún noticiario en televisión, un documental o una película, o simplemente no tenía ganas de hacerlo. Después de haber escrito tantas notas y de haber leído tantos cables, lo que menos quería era saber de computadoras, pero algo me quedaba muy claro, las excusas siempre aparecían como consecuencia del gran miedo que me provocaba ver una página en blanco. ¿Cómo llenarla? ¿Cuáles serían las cosas coherentes que podría escribir y que podrían interesarle a cualquier otro ser humano sobre lo que del Rincón ha vivido o ha pasado?
Hasta esa noche en la que ISIS o el Estado Islámico había llegado hasta el fútbol, como una muestra más de sus alcances y crecimiento; en la que en Venezuela fue asesinado un diputado del oficialismo, días después de que Eric Holder anunciara su potencial renuncia como secretario de Justicia de Estados Unidos; cuando el ébola se extendía por el mundo y preocupaba a las potencias mundiales dejándonos saber lo insignificantes que somos ante la madre naturaleza, entre otros hechos que me inquietaban de manera extrema: fue ahí que decidí escribir este libro.
Para mi sorpresa todo el proceso de producción, edición y demás menesteres finalizó en medio de una pandemia mundial por el COVID-19. Nunca imaginé que sería una cuarentena llena de ansiedad, estrés y tragedia, por los cientos de miles que fallecían infectados por el Coronavirus, la que me diera el tiempo y espacio para poner punto final a esto que hoy les entrego. Sabiendo que nuestras vidas nunca volverán a ser las mismas y nosotros tampoco, con la esperanza de que esta tragedia global nos permita ser mejores.
Tal vez, el impacto que tuvo en mí el ver cómo se nos puede ir la vida en un instante despertó mi necesidad de querer dejar alguna huella, para que cuando llegue ese día en el que me pidan que devuelva el equipo, por lo menos, el orden de las letras que forman frases y renglones y aterrizan en ideas o cuentan vidas me sobreviva.
La idea de que algún estudiante o universitario, después de que mi presencia física se borre de este planeta, se pueda encontrar un poco entre mis escritos me inspira. Me di cuenta de que el tiempo se puede terminar en cualquier momento. Así que ¿qué sería lo peor que podría pasar? ¡Nada! Salvo que solo se alcanzaran a vender unos cuantos ejemplares de mi libro y que nunca más una editorial quisiera invertir su dinero en mis renglones. La ventaja es que esta vez, al menos, no pensaba en el negocio, sino en la necesidad de transmitir a mis congéneres. Sí, a usted, a él, a ella o a quien quiera que se tome la molestia de pedir prestado el libro para echarle una ojeada —como decimos en mi México— a algo de lo que fui, he sido y quisiera llegar a ser.
Así fue como por fin me senté y decidí continuar tecleando lo que había dejado en suspenso por más de tres años. Y así también es como empieza casi todo en mi vida y en mi carrera. Con esa sensación de duda y de angustia por saber si soy alguien o no lo soy: si pasaré desapercibido como muchos otros. Al menos eso era lo que pensaba cuando tenía dieciséis años y en mi recámara dejaba que mis sueños y sentimientos trazaran una línea ideal de lo que sería mi vida. ¿Sería alguien?, es decir, ¿lograría tener un nombre a nivel profesional? ¡Por supuesto! De eso estaba seguro. Encontraría la forma, pero ¿qué demonios quería ser? ¡Vaya comienzo!, ¿no? Sabía que quería ser alguien, pero ni siquiera sabía qué quería ser. Así pasaba los días, las noches y las horas convencido de que sería algo, pero hasta ahí. Tal vez a muchos de ustedes les resulte un pensamiento muy familiar —y no lo dudo—. En mí, este pensamiento era muy recurrente y no fue hasta varios años más tarde que descubrí qué quería ser. Y como en ese entonces no quería complicarme más la vida, decidí dejarme llevar por la corriente, pero nadie me dijo cómo sería el camino: si la corriente sería fuerte o qué tan grande sería el caudal del río por el que viajaría. Es más, el bote estaba ya en el agua y yo ni siquiera sabía que tenía que hacerme cargo del navío.
Yo siempre pensé que durante el recorrido habría sol y que me encontraría con aguas serenas. ¡Qué inocente! Las tormentas que se avecinaban nunca las imaginé y mucho menos las veces que remaría contra la corriente. Piedras, remolinos, caídas, tormentas, huracanes... De todo ha habido y sigue habiendo. Qué bueno hubiera sido tener uno de esos guías con el rostro seco, recio, marcado por el sol y con esa voz que de solo escucharla te deja claro que la sabiduría y la experiencia emergen de cada palabra que pronuncia. Uno de esos guías que con frases místicas y pruebas extrañas te hacen crecer y sacar lo mejor de ti: la casta, como a los gallos de pelea. Frases que van tallando tu madera para que cuando llegue el gran día estés preparado para iniciar tu recorrido solo.
A nivel profesional, en mi caso, no fue así. Cuando todo empezó era como estar parado en medio de un desierto con mucho silencio, mucho sol y una sed insaciable. Sabiendo que por mis propios medios tendría que encontrar un oasis que me permitiera acercarme a la población más cercana. ¡Uf, qué sudor, qué cansancio, qué desgano y qué distracciones tan grandes encontré en el camino! Eso sin tomar en cuenta los grandes grupos de cactáceas que me impedían seguir en línea recta hacia el punto más próximo, y las veces que en el intento de pasarles por el medio sangré y lloré por días. ¡Cómo fui dejando restos, partes de mí en cada uno de esos obstáculos! Pero eso sí, siempre seguro de lo que quería: llegar hasta ese lugar en el que el agua fresca mojara mis labios y en el que pudiera sumergirme para sentir esa agradable sensación que brinda ese vital líquido y poder lavar cada una de mis heridas y sanarlas, descansar por un momento y después preocuparme por lo que vendría. Al menos eso era lo que quería. Aunque después me llevé la gran sorpresa de que las cosas no son así. Se parecen, definitivamente. Yo no estaba tan mal, pero son muchos los oasis y muchos los desiertos que se deben atravesar. Y me lo crean o no, hasta la fecha, no he llegado a ese oasis ideal en el que pueda echar raíces y ver pasar las noches y los días.
Durante este recorrido, nunca apareció el famoso guía, gurú, brujo, ángel (o como le quieran llamar) que solucionara mis dudas y me diera la clave para poder encontrar los caminos correctos. Claro que hubo muchas luces en el camino. Pequeñas frutas que me cargaban de energía y que me daban las suficientes esperanzas para no perder la fe; y que, además, me recordaban y me dejaban ver que lo que hacía valía la pena. Aunque continuamente aparece algo que me recuerda que el camino siempre tiene su final y que depende de nuestro rumbo si este será bueno o malo.
Así, un día decidí iniciar el camino hacia donde me lo indicaba mi instinto. Ese que me llevaría a cumplir mi capricho y a escapar de mi mayor miedo: el de no ser alguien destacado profesionalmente. Pero tendría que ser un camino suave, no muy difícil y con muchas satisfacciones. Sí, estaba todo claro, sería uno donde nada resultaría en extremo difícil y agotador, eso ya había pasado en la escuela con el cálculo diferencial y en microbiología con las pruebas del profesor Diéguez. Esas cosas ya no tendrían cabida en mi recorrido. No podían aparecer los tortuosos personajes universitarios con lentes y corbata que llegaban a nublar y a opacar la más esperada de las fiestas al anunciar un examen para el día siguiente. Ahora todo estaría en mis manos. Tendría el poder de decidir por dónde iría y de diseñar el mejor de los entornos para moverme a mis anchas y no padecer incomodidades ni un minuto más. Evitaría la impotencia que se siente cuando uno se ve obligado...