Cartas Del Capitan -  Enrique Urzaiz Lares

Cartas Del Capitan (eBook)

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2017 | 1. Auflage
200 Seiten
Bookbaby (Verlag)
978-1-5439-0005-7 (ISBN)
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Este libro trata sobre la tormenta que se desata en un hombre después de que lo abandona la mujer de su vida... Un viejo marino que se retira a una cabaña de playa en un pueblo de pescadores, imagina encontrar notas de náufrago entre las botellas de vino que cotidianamente vacía; inspirado en ellas, el capitán redactó las 19 cartas que conforman esta novela y que relatan sus experiencias, reflexiones y aprendizajes sobre el amor, la lujuria, la culpa, la incertidumbre, la ira, la soledad, la tristeza y la muerte, entre otros temas.
Este libro trata sobre la tormenta que se desata en un hombre despues de que lo abandona la mujer de su vida... Un viejo marino que se retira a una cabaa de playa en un pueblo de pescadores, imagina encontrar notas de nufrago entre las botellas de vino que cotidianamente vaca; inspirado en ellas, el capitn redact las 19 cartas que conforman esta novela y que relatan sus experiencias, reflexiones y aprendizajes sobre el amor, la lujuria, la culpa, la incertidumbre, la ira, la soledad, la tristeza y la muerte, entre otros temas.

Carta de un viejo fenicio… tal vez

 

“No existen voces entre amigos ni mentiras que pudieran separarlos; no existen diferencias ni contrastes que dejen de lado su amistad y los conviertan en enemigos. Solo las mujeres quizás, o los hombres en su caso. Más que la verdad, la amistad contiene los secretos y los deja respirar; porque busca coincidencias y conciliación y no controla, porque no regula, porque no se mete ni se remete en la vida de los otros, ni en los deseos o los gustos de los demás. El respeto es diferencia que une en lugar de separar; el respeto y la confianza son monedas de cambio que podemos troquelar y manejar siempre, sin lugar a dudas y sin dejarnos acomplejar. Los amigos, pues, son una especie de clave para hallar formas de entrar y permanecer en la vida de una o más de las mujeres que quisiéramos amar; si aprendes que tus velas hay que aparejar contra el viento del sureste; si recuerdas siempre que en libertad las debes amar; cada vez que intentes naufragar por no saber qué hacer, recordarás cómo navegar, como si lo hicieses con un amigo; pues así como lo has de respetar, a ella o ellas igual en su libertad, en equidad; pues es seguro que con viento en contra o con mareas y corrientes, sin problemas, como amigos, siempre habrán de estar.”

Recuerdo haber hallado esta nota en la primera botella rescatada del mar frente a mi playa; era de un papel grasiento, antiguo y muy ajado; un papel amarillo y lleno de rallas y de signos; estaba escrito en falsas letras, como de un lenguaje antiguo que se quisiera copiar. Seguramente pensó aquel náufrago que lo podría bien imitar; sin embargo, no salió su intento en letras, sino solo en signos ilegibles, pordioseros y fatuos, de los que solo yo y tú nos pudiésemos burlar.

Así que decidí reescribirlos, reinterpretar aquellas manchas tendidas ayer en papel y sobre la mar; en la botella gris y blanca que supo navegar hasta llegar aquí, hasta mi playa; hasta mi banca y mi mesa de capitán donde hoy escribo letras, pinceladas de otras bocas, de otros sueños; de otras manos trabajando y tratando de fornicar con su destino; trasponiendo épocas y mares, estrellas, vientos y desgracias; naufragares entre luces y con sombras de una vida perdiéndose en altamar; como sucede con nosotros; con todos nosotros que pretendemos navegar por una vida fatua; llena de milagros, comodidades y sabores emanados de otros; desde afuera, desde la otredad que agrede y enfrenta por imponernos nada y todo.

Así aceptamos siempre la voz de Tánatos que nos sorprende, que da reglas y abona entre los saberes de vivir la vida siempre, como los demás sugieren; como la religión; como las escuela y la instrucción; como el Estado o la intromisión de instituciones falsas y perversas del consumo en masas y desperdiciando todo lo que falta a otros, otras, a todos los demás que no lo tienen.

Así destruimos siempre, escuchando a otros; a la voz de afuera que seduce como maldición en la frontera de nuestra pobre y débil intención de ser y de escuchar mejor, la voz ligera y sabia de nuestro propio ser; la voz que grita quedo y que suave nos sugiere, nos seduce y nos prefiere por seguir caminos propios y sinceros del amor de Eros.

Si Freud supiera y viera lo que hoy sabemos… ¡nada!

Pues punto por punto me puse entonces, a interpretar y descubrir, que una a una las manchas se iban entrelazando hasta formar palabras; hasta enredarse tanto como zarzas y vagones en el tren de plata, que sugieren ideas y prometen deudas para no pensar. Poco a poco pude entresacar sombrías notas de consejos y reclamos sobre cómo navegar.

Eran pues ya de mañana las luces que apagaban velas, para despertar y darme cuenta; cuánto y tanto tiempo se me pudo ya pasar; dos botellas, verdes, vacías y yo sin poderlas rellenar; horas y horas sentado frente a la misma mesa, la vela, la pluma y la misma nota amarilla de la botella gris. Así me amaneció temprano, con la luz brillante del oriente azul y los ojos cansados de no mirar, de solo pensar y pensar y recordar pasados y tantos mis errores; reflexiones de ceguera yerta entre los ojos pardos y con las cejas ya pintándose de gris; con mis manos secas, gastadas, llenas de una cicatriz tras de otra; con las arrugas a flor de piel y el aroma de las olas y los besos y caricias que faltaron por hurtar, de aquella camisa blanca repleta de mujer; con su desnudez transparente y transpirante de sudores fríos y de gritos y gemidos de saber sentir la gloria, la memoria y la excelsa forma más discreta, de su discreto frenesí, de sus orgasmos.

Así se me acabó la tinta y se me escurrió el cerebro para no decir más letras. Desde luego que no pude ni escribir siquiera lo que el fenicio aquel quisiera decir; lo que pudiera yo leer o entresacar de aquellas malsanas sombras, manchas, signos desgastados por la mar. Amaneció temprano y una vez más vi la luz y el sol, la vida; escuché los cantos de los pájaros, los vi, los miré y me sorbí de un sorbo el sabor del mar, su olor en la cubierta; su sonido en las entrañas y los sustos por dejar atrás los muelles del confort; las playitas mullidas de mi seguridad y no pensarlas más, porque me aventuré en cuclillas, en la orilla, caracolas y serpientes marinas acechándome al caminar.

Así es señoras y señores, la forma de vivir no puede más si no sabemos sucumbir a los deseos de ser, de portar las armas del saber interno; a superar infiernos estridentes de las voces de sirenas sugerentes y de todos los intensos bombardeos en el mar de nuestros sesos. Sí, pues, así de intensa es esta guerra entre nuestro propio ser de Arjuna y los deseos que nos quieren imponer.

Si no traspones el impulso de limitar, controlar y decidir por otros, por la otra, por tu otra, por tu mujer; si no aprendes el respeto de la libertad; si no te atreves a escuchar tu voz en lugar de solo conformarte con mirar y oír la voz de los demás; si solo controlar pretendes y no respetas la amistad de amigos con la mujer que amas y contigo mismo y con los demás, ¿cómo pues sugieres que podamos navegar sin naufragar mil veces antes de zarpar?

Pero basta ya por hoy, es la hora de dormir; ya ha salido el sol y en la cubierta las aves arremolinadas se entrometen fisgoneando si los peces, como presas, se revuelven y revuelcan en las aguas de la mar; vamos pues, me voy a descansar; la flama de mi vela está de nuevo a punto de caducar, cegada ya por la luz intensa de mañana, por el brillo del sol de amanecer.

El grueso mar al norte, ese que me inflama y me impacta, no cesa de bramar; viene y va amenazante siempre, provocando miedos y a la vez caricias en los oídos y en los sentimientos de quienes lo quieran rescatar. Ese mar que pide a gritos que lo vean, que lo escuchen y lo sientan, aunque sea una sola vez, o tal vez más; diez, doce, mil…

Cierro el libro y se apaga el fuego de mis ojos con un solo crepitar; recuerdo la voz amada y me encamino incierto y tembloroso por el frío matinal, a mi hamaca clara y la extiendo suave, tersa; escondiéndola del viento norte que se filtra sin control, por las rendijas de la madera aún sin calafatear, de ésta mi nueva nave, de mi pobre barco en tierra; velero sin velas y sin mástil, ni aparejos y con solo su inoxidable y breve cubierta de madera a proa, con barandales descubiertos y plenos de cara al viento de la mar.

Apagada ya esa vela y dispuesto a descansar, no puedo, me asalta la sorpresa de un mensaje más; mensaje en clave e insistente del fenicio aquel, quizás. Escribe y escribe cartas sin cesar y me pide ayuda en la memoria, en la cabeza, entre mis sueños, para navegar; pide anclas por si acaso y exige sogas y aparejos de repuesto, por si en la batalla o en la tormenta los pudiera necesitar. Aquel marino viejo, aquel fenicio, quizás; entre olas, marejadas y ventiscas se fulmina como rayos de tormentas desprendidas de sorpresas; entre mares bravos y nubosos días grises, se atraganta de palabras por no comer, por no beber ni el agua de la lluvia que le baña.

Sin cesar y a gritos me pregunta: ¿sabes por qué estoy aquí?, ¿por qué hoy vivo en tu cabaña de tierra y no en el mar, o en la ciudad, o en el campo como todos los demás? ¿sabes por qué fornico en sueños y paro como res encinta los becerros de la muerte y del faro azul de Gibraltar?… no… ¿verdad?… ¡no lo sabes!… ¡ni lo sabrás!

Es incierta la palabra y más profunda que un mar; es tan falsa como extraña y rara en las bocas de los demás. Si sientes ganas de entablar mañana un discurso de palabras enfrentando a otros, no podrás negar que tan distintos, como iguales, los dos serán. A modo pues que, como al mar, si lo agredes, sus olas te podrán ahogar; aunque pinten lanchas como borlas y encajitos blancos de su espuma breve, sugerente y suave al reventarse en esas olas.

No insistas pues; lo igual te reconforta, porque te hace descansar; permite que te sientas en confianza y puedas dialogar, usando o sin usar palabras, pues tan solo las miradas logran comunicar y comunicarle al otro, que lo quieres o lo intentas rechazar. Pero igual lo igual, te reconforta y lo distinto te pudiera estimular; igual si hablas con tu igual no hiciera falta porque siendo tan igual… pero si es distinto, aunque intentes sería imposible comunicar, pues tan distinto, tan diferente, no habría manera de poder entrar.

Es pues por eso que el marino vive hoy en su cabaña de la tierra y no del mar; es por eso que trata de entenderse inventando las palabras para hablar; para comunicarse con alguien diferente pero igual. Ahí radica pues el secreto de esta carta que empiezo ahora apenas a querer descifrar.

El fenicio y sus letras no están en el papel aquel, en el amarillo de manchas de la botella gris y blanca; sus ideas...

Erscheint lt. Verlag 11.4.2017
Sprache spanisch
Themenwelt Literatur Lyrik / Dramatik Dramatik / Theater
ISBN-10 1-5439-0005-4 / 1543900054
ISBN-13 978-1-5439-0005-7 / 9781543900057
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