Las dictaduras de nuestros días -  Andreu Nin

Las dictaduras de nuestros días (eBook)

(Autor)

Joan Kowalski (Herausgeber)

eBook Download: EPUB
2021 | 1. Auflage
288 Seiten
Books on Demand (Verlag)
978-84-1373-234-3 (ISBN)
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Las dictaduras de nuestros días es una réplica a Las dictaduras, de Francesc Cambó, pero mientras el libro de Cambó ha pasado al olvido, el de Nin no lo ha hecho. Una relectura es suficiente para ver los motivos: una crítica, fundamentada con datos y atenta a la historia, al análisis apriorístico del político regionalista y que también buscaba desmontar las interpretaciones más extendidas entre la intelectualidad burguesa del momento sobre el surgimiento del fascismo. Todo ello, obviamente, dentro de las limitaciones del autor (reconocidas por el propio Nin en el prólogo), que en el momento de redactar el texto aún residía en Moscú y, por lo tanto, disponía de un acceso limitado a determinados datos y obras, y también porque el propio fenómeno analizado estaba desarrollándose (el nazismo, por ejemplo, no había llegado todavía al poder en Alemania).

Andreu Nin i Pérez (El Vendrell, Tarragona, 4 de febrero de 1892 - Alcalá de Henares, Madrid, 20 de junio de 1937), fue uno de los personajes más importantes del marxismo revolucionario en España de la primera mitad del siglo XX. Si bien se integró primero en las filas del Partido Socialista Obrero Español, PSOE, pronto abrazó al sindicalismo revolucionario, ingresando en la CNT, la cual eligió como delegado al tercer congreso de la III Internacional y al congreso fundacional de la Internacional Sindical Roja. Nin se convirtió en un personaje clave de ambas internacionales aun después de que la CNT abandonara la III Internacional en 1922. Vivió por un tiempo en Moscú, donde perteneció al equipo de León Trotsky. Se adhirió a la Oposición de Izquierda a partir de 1926, por lo cual tuvo que abandonar la URSS en 1930. A su vuelta a España, Nin fue clave en la formación de la Izquierda Comunista de España (mayo de 1931), grupo afiliado a la Oposición de Izquierda Internacional, y formó parte de la Alianza Obrera e intervino en los sucesos de octubre de 1934 en Cataluña. Al fusionarse su grupo con el Bloque Obrero y Campesino para fundar el POUM (1935), fue nombrado miembro del comité ejecutivo del nuevo partido y director de su publicación, La Nueva Era. Fue también elegido secretario general de la Federación Obrera de Unidad Sindical (FOUS) en mayo de 1936. En 1937 fue detenido por la policía política soviética, que actuaba clandestinamente en la zona republicana durante la Guerra Civil Española con la connivencia de los mandos Comunistas. Luego de ser trasladado a Valencia y a Madrid, fue torturado y asesinado por orden del general Orlov, quien actuaba en nombre de Stalin.

3. Los progresos técnicos, la racionalización, el paro forzoso y la crisis económica. Los gobiernos obreros

Subraya el Sr. Cambó los progresos de la técnica como uno de los hechos característicos de nuestra época, como una de las causas de “la gran revolución de nuestro tiempo”. “Y no es — añade — que se hayan producido inventos y descubrimientos de los que modifican el modo de vivir de los hombres y de los pueblos. No; hemos visto desenvolverse y perfeccionarse los inventos que caracterizan los últimos años del siglo XIX, pero no hubo ningún otro nuevo” (pág. ).

Esto es cierto, pero no constituye una particularidad característica del tiempo en que vivimos. En general, todas las grandes revoluciones industriales no han sido producidas por nuevos inventos, sino por el perfeccionamiento de los anteriores. La máquina Watt, para utilizar un ejemplo típico, no fue el primer motor a vapor, sino el perfeccionamiento de los aparatos Ranin y de la máquina Newcommen, inventada cien años antes, pero que no se aplicaba más que para la extracción del agua de las minas. Tanto esta máquina como la de Watt no eran otra cosa que la aplicación de una serie de descubrimientos físicos de los siglos XVI y XVII genialmente combinados y que, gracias al desarrollo de las máquinas en la producción, hallaron modo de ser utilizados. Treinta y ocho años después del descubrimiento de Watt, Fulton aplica el vapor a la navegación; de modo semejante, veintitrés años más tarde, Stephenson lo aplica a la locomotora.

En realidad, la causa de la revolución industrial no fue la máquina de Watt, sino la evolución de la producción mecánica que venía a sustituir el instrumental empleado por el obrero. Estos inventos y sus perfeccionamientos posteriores provocaron un colosal desarrollo de las fuerzas productoras y que era harto mezquino mientras la industria dependía de fuentes de energía limitada, tales como los organismos vivos y los elementos naturales (el viento, el movimiento del agua).

Las postrimerías del siglo XVIII. y principios del XIX, conocidos como el período de la revolución industrial, puede decirse que son un juego de niños comparados con la transformación profunda experimentada por la técnica durante el primer cuarto del siglo actual. En realidad, esta transformación se reduce a un perfeccionamiento de los inventos anteriores o a la aplicación a la industria en gran escala de las ciencias físicas, químicas y naturales. Y no puede afirmarse, como hace el Sr. Cambó, que se trata de descubrimientos que no modifican la manera de vivir de los hombres y de los pueblos. Las aplicaciones del petróleo o la electricidad, los inmensos progresos de la industria química, el moderno sistema de organización del trabajo, están transformando ante nuestros ojos el mundo y ahíncan su huella en la totalidad de la vida social. Y no hablemos ya de las modificaciones esenciales producidas en la vida económica, política y social de las colonias por los progresos de la industrialización (otro de los “olvidos” del Sr. Cambó) y gracias a los cuales han logrado estas últimas en pocos años un desarrollo de las fuerzas productivas que a los países capitalistas les ha costado siglos alcanzar.

La revolución en los transportes y las comunicaciones, señalada con justicia por el autor de Las Dictaduras como una de las características del tiempo actual, ha sido una consecuencia directa de la revolución en la industria, porque en sus formas anteriores habrían sido incapaces de servir el desarrollo creciente de las fuerzas productoras, no habrían correspondido a una época de extensión inmensa del mercado mundial, de rapidez vertiginosa en la producción, y en la cual los ferrocarriles, el telégrafo, el teléfono, el automóvil y, cada día más, la aviación, juegan un papel de primera categoría. Es evidente que en una época como la nuestra los medios de comunicación y transporte no podían ser los mismos de las épocas caracterizadas por la pequeña agricultura e incluso por la producción manufacturera.

Y, estimulado por la competencia, por la necesidad de rebajar el precio de coste y conquistar nuevos mercados, el progreso de la técnica moderna es incesante. Actualmente, por ejemplo, se da el caso, como hemos visto en los Estados Unidos, de que fábricas nuevamente edificadas resultan ya envejecidas antes de terminar su construcción, a pesar del grado de perfección a que ha llegado en América la industria de la edificación. En la actual sociedad capitalista no es posible el estancamiento técnico. “La industria moderna — dice Marx [7] — no considera nunca definitiva la forma existente de los procesos de producción. Por eso su base técnica es revolucionaria, mientras en todas las formas anteriores de producción la base era sustancialmente conservadora.”

En los progresos de la técnica radica una de las causas, olvidada también por el Sr. Cambó, de las contradicciones internas del sistema capitalista.

Durante estos últimos años hemos asistido a un proceso de estabilización relativa del capitalismo, fuertemente sacudido por la crisis de la postguerra. En 1928-1929 todos los países importantes, con excepción de Inglaterra, sobrepasaron el nivel de producción anterior a la guerra. Este período de relativa prosperidad y de “florecimiento” en los Estados Unidos hizo creer en una estabilización del capitalismo para un período de algunas décadas, no sólo a la burguesía, sino también al socialismo reformista y a ciertos elementos oportunistas de los partidos afiliados al comunismo. El desastre bursátil de los Estados Unidos, que ha sido un síntoma de la crisis económica iniciada, ha destruido todas las ilusiones. Sus consecuencias se han dejado sentir en todos los países — con lo que se ha puesto de relieve el lazo que ata la economía de todos los pueblos —, y hoy notamos en todas partes, lo mismo en Europa que en América y en los países asiáticos y coloniales, los síntomas de una crisis mundial inminente [8].

La explicación de la crisis debe buscarse en los grandes progresos de la técnica. Durante estos últimos años el capitalismo, gracias a los progresos aludidos, a la intensificación del trabajo, a la prolongación de la jornada, a la aplicación de la racionalización en gran escala, ha aumentado de modo considerable su producción, sin que variase sensiblemente el número de obreros ocupados en la industria, que incluso se ha reducido. Todas estas circunstancias han permitido al capitalismo alcanzar importantes resultados, manteniendo los salarios a un mismo nivel y hasta rebajándolos.

Pero estos indiscutibles progresos del capitalismo tienen también su aspecto negativo.

La racionalización de la industria ha producido una transformación radicalísima en la estructura social de la clase obrera. Las máquinas perfeccionadas, la aplicación del “conveyer” reducen a operaciones tan simples todo el proceso de la producción, que la mano de obra cualificada, cuyo papel era antaño tan importante, puede ser sustituida por la mano de obra no cualificada, por el trabajo de las mujeres y de los jóvenes. Si esta circunstancia permite al capitalismo pagar salarios más bajos, a consecuencia de la eliminación de la mano de obra cualificada, lo priva, por otra parte, de una de las bases más sólidas en que se apoyaba en su lucha contra el movimiento proletario: la aristocracia obrera.

Otro de los aspectos negativos de la racionalización estriba en que las grandes fábricas modernas trabajan directamente para el mercado. Ford, por ejemplo, ni siquiera tiene depósitos para su producción. Como dicen los americanos, el producto va directamente “de las manos a la boca”. Esto precipita la crisis, porque no trabajando para la reserva, se produce la inmediata elevación del precio de coste, la pérdida de todas las ventajas de la producción en masa, el aumento de los sin trabajo.

Los progresos de la industria en las colonias reducen considerablemente los mercados exteriores de la industria de las metrópolis, creándoles así una situación difícil.

Finalmente, todas estas circunstancias agravan el problema del paro forzoso, una de las características más acusadas del capitalismo de nuestros días, y que por un fenómeno amnésico inexplicable no ha sido citado por el señor Cambó.

Por su excepcional importancia, creemos necesario dedicar a esta cuestión una atención especial.

El paro forzoso es un fenómeno normal del sistema capitalista. La existencia de un “ejército industrial de reserva” — según la expresión de Marx — constituye para el capitalismo una necesidad vital. Para poder disponer en cada momento de la cantidad de mano de obra que le convenga, el capital tiene...

Erscheint lt. Verlag 1.2.2021
Sprache spanisch
Themenwelt Sozialwissenschaften Politik / Verwaltung
ISBN-10 84-1373-234-4 / 8413732344
ISBN-13 978-84-1373-234-3 / 9788413732343
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