Viajes de un colombiano por Europa I (eBook)

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2010 | 1. Auflage
448 Seiten
Linkgua (Verlag)
978-84-9897-867-4 (ISBN)

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Viajes de un colombiano por Europa I -  José María Samper Agudelo
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Los Viajes de un colombiano por Europa I, fueron publicados por entregas en El Comercio de Lima. En ellos Samper Agudelo, hombre de letras de Colombia, relata sus viajes por España (visita y describe Barcelona, Madrid y Sevilla), Gran Bretaña, Francia, Suiza y Alemania y muestra su visión de los modos de vida, costumbres, leyes y economía del Viejo Mundo.

José María Samper Agudelo (1828-1888) (Colombia. Honda, 31 de marzo de 1828-Anapoima, Cundinamarca, julio 22 de 1888). Participó en la vida política, económica y social del siglo XIX en Colombia. Ejerció el periodismo, y escribió poemas, dramas, comedias y novelas. Fue asimismo, un viajero apasionado.

José María Samper Agudelo (1828-1888) (Colombia. Honda, 31 de marzo de 1828-Anapoima, Cundinamarca, julio 22 de 1888). Participó en la vida política, económica y social del siglo XIX en Colombia. Ejerció el periodismo, y escribió poemas, dramas, comedias y novelas. Fue asimismo, un viajero apasionado.

Capítulo I. LA PRIMERA AUSENCIA


Adiós al suelo natal. La ciudad de Honda. La gran vegetación. El puerto de «Conejo». Una escena nocturna. El vapor «Bogotá». Nare y «San Pablo»

Hay verdades que se hacen adagios porque todo el mundo percibe su impresión, y una de ellas es, que el mérito de lo que se ama no se comprende sino al carecer del objeto querido. El alma tiene, como las pupilas, sus bellas ilusiones de óptica, porque ella misma es la pupila del corazón, y los objetos crecen y toman formas siempre más interesantes a medida que se nos alejan. He aquí por qué al embarcarme el 1º de febrero de 1858, en el puerto de las «Bodegas de Honda», a bordo de un champan que debía conducirme al vapor «Bogotá», estacionado siete leguas más abajo, sentí mi corazón oprimido y preocupada mi imaginación.

Por primera vez iba a alejarme de mi patria por algunos años... ¡«Tal vez» para siempre! «Honda», con sus escombros sublimes, quebrantados sepulcros de una antigua opulencia, sus saltadores y ruidosos ríos, espumantes como cataratas, sus altas palmeras entretejidas en flotantes pabellones, sus siempre verdes y suntuosas arboledas que bañan en las ondas la crespa y abundante melena, sus cerros escarpados y en anfiteatros, de eterna soledad, y sus llanuras de esmeralda cuyas altas gramíneas sacuden en el estío los recios huracanes; «Honda», la reina destronada, sombra de su lejano esplendor; se presentaba a mis ojos con su manto azul y sus ruinas cubiertas de parásitas, más triste y más hermosa que nunca. Jerusalén del poema oscuro de mi juventud, la dejaba entre sus colinas y sus bosques como un santuario de recuerdos venerables. ¡La madre recibía el adiós del hijo viajero: mi pensamiento la comprendía mejor que nunca! Dejar la tierra natal ¡este solo hecho entraña un drama entero para el corazón! ¡Qué momento tan solemne aquel, de recogimiento para el alma del viajero, de esperanza profunda y de temor supremo! Al dejar la playa arenosa donde quiebra sus hondas el majestuoso Magdalena, creía separarme de un inmenso tesoro. ¡Ahí quedaban: la tumba de mi padre, las tradiciones de familia, la ceniza del hogar, las dulces memorias, los caprichos y los locos amores de la juventud, los amigos, la fortuna, la libertad, el aire, el cielo, los mil rumores vagos y confusos, y todo ese adorable conjunto de impresiones y sueños, de pesares y recuerdos, de infortunios y dichas, que se llama la «Patria»!... ¡Todo eso quedaba atrás, como sepultado en un panteón cuya portada era «Honda»! ¿Y adelante?... Lo vago y desconocido, lo infinito y maravilloso; eso que el corazón acaricia en sus sueños de esperanza, y que la duda cubre con sus sombras cuando el viajero se dice: «¡quién sabe!».

«Honda» es una vieja ciudad, enteramente española por su construcción, pero de un aspecto tan caprichoso y pintoresco que llega hasta las proporciones de lo romántico. El río Magdalena, la grande arteria del comercio de Nueva Granada, después de haber traído por algunas leguas la dirección de S. E. a O., pierde repentinamente su mansedumbre, se estrecha entre las altas rocas de dos serranías paralelas, y torciendo directamente al norte se lanza por entre raudales pedregosos, coronado de espuma, bramando como la gran mole de una catarata, y, como fatigado de ese descenso tormentoso, va a reposarse, una legua más abajo, lamiendo suavemente las anchas playas de la «Bodega». Una llanura de cuatro leguas, interrumpida por algunos bosques y colinas; pintorescos y de lujosa vegetación, viene desde la derruida ciudad de Mariquita (la tumba del conquistador Quesada), al pie de la cordillera central de los Andes, y termina sobre la orilla izquierda del Magdalena, dominando el áspero raudal que los naturales llaman «el Salto». El primoroso río «Gualí», azul, saltador, espumante como un torrente, y orillado por suntuosas arboledas, limita la llanura por el norte, y corriendo de O. a E. viene a darle su limpio tributo al Magdalena, dividiendo en dos partes la ciudad de «Honda»; en tanto que a 400 metros más arriba una hermosa quebrada desemboca también, cortando la playa del puerto principal Vista de fuera, «Honda» parece una ciudad oriental o morisca, ya par su caprichosa situación y sus edificios de pesada mampostería, ya por el contraste de los colores, los techos, los blancos o negros muros, las formas extravagantes y los balcones y azoteas, ya en fin por los penachos de los altos cocoteros, meciéndose blandamente como para abrigar con su sombra la ciudad, protegiéndola contra los rayos de un Sol abrasador, que brilla en la mitad de un cielo eternamente azul y transparente Honda tiene una población de 5.000 almas, y es el gran puerto de escala del comercio interior de la República. Si en la época de la colonia fue la vía del comercio europeo respecto del Ecuador y el Perú, la independencia de Colombia, el tránsito por el Istmo de Panamá y un espantoso terremoto que la redujo a escombros en junio de 1805, le hicieron perder su primitiva importancia comercial. Hoy no es más que una plaza de tránsito, que empieza a resucitar en medio de los escombros, gracias a la agricultura interior y a las grandes ventajas que le ofrece la navegación del Magdalena.

No he visto jamás una ciudad en donde estén tan bien representadas como en Honda la vida, que se ostenta en el poder de una naturaleza exuberante y espléndida, y de un comercio activo, y la muerte, que parece anidarse en la soledad de las ruinas ennegrecidas por el tiempo. ¡Luchando la una contra la otra sin cesar, no es dudoso a quién tocará la victoria; es a la primera, protegida por la libertad y la industria, representantes del «progreso», que es la síntesis de la vida! La ciudad de Honda es el límite o centro de dos regiones enteramente distintas: hacia el sur y el oriente las admirables comarcas del alto Magdalena; hacia el norte las soledades infinitas, los desiertos ardientes y la monótona uniformidad del bajo Magdalena. Arriba la más espléndida región de la Colombia meridional; un panorama infinitamente variado de llanuras y colinas, de selvas y montañas, de contrastes interminables en las formas, los colores y los recursos de la naturaleza; y toda esa sucesión de valles lacustres y de lujosas serranías, enriquecida por una población activa, numerosa y bastante civilizada, y por las obras de una agricultura progresiva, que se mancomuna con el comercio, la industria pecuaria, las artes y la minería. Allí, en toda esa comarca primorosa, «ardiente paraíso» de Nueva Granada, se ve la vida social, el desarrollo activo, la civilización. De Honda para abajo, siguiendo el curso del Magdalena, la escena cambia enteramente. El río, como para revelar mejor el carácter salvaje de la región que le rodea, se hace más perezoso en su marcha, y lejos de profundizar su cauce, se bifurca en multitud de brazos, se ensancha a veces como un pequeño mar interior, escondiendo sus aguas entre el follaje de las selvas seculares; levanta en su camino un enjambre de islotes pintorescos; y haciéndose más ingrato por la abundancia de sus insectos venenosos, la ferocidad de sus terribles caimanes, la ardentía de sus playas calcinadas por un Sol devorador, y la absoluta soledad de sus vueltas y revueltas, sus ciénagas y barrancos de salvaje tristeza, revela que allí no ha fundado el hombre su poder, que la humanidad no ha tenido todavía valor para entrar en lucha con esa emperatriz de los desiertos que se llama «¡Naturaleza!». Tal es la región que yo debía atravesar, siguiendo la corriente del Magdalena, al darle mi adiós a la tierra natal.

El «Champan» se apartó de la playa, los remos se agitaron al compás de los gritos salvajes de los «bogas», y pocos minutos después, al torcer su curso el Magdalena por entre monstruosos peñascales, se perdieron de vista los últimos penachos de los cocoteros que indicaban el sitio de la «Bodega». El hombre desapareció para ceder el campo exclusivamente a la vegetación. Gigantesca siempre, variada al principio, encantaba donde quiera, presentando las más hermosas vistas sobre los altos peñascos de la orilla, o en los pabellones de lujosa verdura que venían a extender sus flotantes encajes de parásitas y enredaderas sobre la playa misma, a donde sale a calentarse, en lechos de arena calcinada, el temible y monstruoso «caimán», terror de los habitadores de las ondas. Ya se ven bosques enteros de cedros seculares cubriendo con su oscura sombra las quiebras de una ladera trastornada por las conmociones de la naturaleza; ya los grupos de altísimas palmeras forman pabellones donde se columpian bandadas de papagayos primorosos; ya sobre la barranca arcillosa de rojos estratos compuestos de capas desiguales, se levanta un grupo de gigantescas «guaduas» («bambús»), que, entretejidas por mil delgados bejuquillos cubiertos de flores, lanzan sus plumajes flexibles sobre las ondas del río, como abanicos abiertos por el viento, donde una hada de los bosques ha trazado sobre el fondo verde los más caprichosos arabescos y mosaicos. Por todas partes lujo y exuberancia de vegetación, riqueza de contrastes y variedad de formas y colores en la naturaleza; pero ausencia absoluta de población y de cultivo. Si todavía se notan inflexiones en el terreno, es porque no han terminado aún las ramificaciones que las dos cordilleras principales de los Andes —oriental y central— arrojan sobre el Magdalena en diferentes direcciones. Después las serranías desaparecen, las selvas forman horizonte, y el ojo del viajero, fatigado y triste, no ve más que el desierto interminable. A nueve o diez kilómetros de Honda desemboca, sobre la izquierda, un pequeño y clarísimo río, el «Guarinó», después de haber fecundado la más preciosa llanura que puede imaginarse, pampa...

Erscheint lt. Verlag 31.8.2010
Reihe/Serie Historia-Viajes
Historia-Viajes
Verlagsort Barcelona
Sprache spanisch
Themenwelt Literatur
Sachbuch/Ratgeber Freizeit / Hobby Sammeln / Sammlerkataloge
Reisen Reiseführer Europa
Kinder- / Jugendbuch
Schlagworte Colombia • Historia-Viajes • linkgua
ISBN-10 84-9897-867-X / 849897867X
ISBN-13 978-84-9897-867-4 / 9788498978674
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