Derroteros y viajes a la ciudad encantada (eBook)

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2010 | 1. Auflage
84 Seiten
Linkgua (Verlag)
978-84-9953-486-2 (ISBN)

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Derroteros y viajes a la ciudad encantada -  Pedro de Angelis
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Pedro de Angelis publicó en 1836 Derroteros y viajes a la Ciudad Encantada, o de los Césares, que se creía existió al sur de Valdivia. Angelis recopiló una gran cantidad de crónicas que dan una idea de una ciudad inventada, un paraíso perdido, un nuevo El Dorado Austral. En su introducción Angelis, nos acerca a su visión personal sobre algunos aspectos oscuros de la época colonial... Bajo el imperio de estas ilusiones, acogían todas las esperanzas, prestaban el oído a todas las sugestiones, y estaban siempre dispuestos a arrostrar los mayores peligros, cuando se les presentaban en un camino que podía conducirlos a la fortuna. Es opinión general de los escritores que han tratado del descubrimiento del Río de la Plata, que lo que más influyó en atraerle un número considerable y escogido de conquistadores, fue el nombre. Ni el fin trágico de Solís, ni el número y la ferocidad de los indígenas, ni el hambre que había diezmado a una porción de sus propios compatriotas, fueron bastantes a retraerlos de un país que los brindaba con fáciles adquisiciones. La presente antología contiene además, textos de Pedro Lozano, Silvestre Antonio de Roxas, José Cardiel, Ignacio Pinuer y Agustín de Jáuregui.

Pedro de Angelis nacido en Nápoles el 29 de junio de 1784 y fallecido en Buenos Aires el 10 de febrero de 1859, constituye una de las figuras principales de la ciencia histórica argentina. Fue uno de sus primeros historiadores, recopiló y publicó documentos fundamentales, que habían permanecido inéditos, publicó los periódicos: Crónica política y literaria de Buenos Aires, en 1827 y El Lucero, en 1829 además de varias biografías, inaugurando el género en el país.

Pedro de Angelis nacido en Nápoles el 29 de junio de 1784 y fallecido en Buenos Aires el 10 de febrero de 1859, constituye una de las figuras principales de la ciencia histórica argentina. Fue uno de sus primeros historiadores, recopiló y publicó documentos fundamentales, que habían permanecido inéditos, publicó los periódicos: Crónica política y literaria de Buenos Aires, en 1827 y El Lucero, en 1829 además de varias biografías, inaugurando el género en el país.

DERROTERO


«De un viaje desde Buenos Aires a los Césares, por el Tandil y el Volcán, rumbo de sudoeste, comunicado a la corte de Madrid, en 1707, por Silvestre Antonio de Roxas, que vivió muchos años entre los indios Peguenches.»

Los Indios de esta tierra se diferencian algo en la lengua de los Pampas del Tandil o del Volcán. Dirigiéndose al sudoeste hasta la sierra Guamini, que dista de Buenos Aires 160 leguas, se atraviesan 60 leguas de bosques, en que habitan los indios Mayuluches, gente muy belicosa, y crecida, pero amiga de los españoles.

Al salir de dichos bosques se siguen 30 leguas de travesía, sin pasto ni agua, y se lleva desde el Guamini el rumbo del poniente. Al fin de dicha travesía se llega a un río muy caudaloso y hondo, llamado de las Barrancas: tiene pasos conocidos por donde se puede vadear.

De dicho río se siguen 50 leguas al poniente, de tierras estériles y medanosas, hasta el río Tunuyan. Entre los dos ríos habitan los indios Picunches, que son muchos, y no se extienden sino entre ambos ríos.

De dicho río Tunuyan, que es muy grande, se siguen 30 leguas de travesía, por médanos ásperos, hasta descubrir un cerro muy alto, llamado Payen. Aquí habitan los indios Chiquillanes. Dicho cerro es nevado, y tiene al rededor otros cerrillos colorados de vetas de oro muy fino; y al pie del cerro grande uno pequeño, con panizos como de azogue, y es de minerales de cristal fino.

Por lo dicho resultan, hasta el pie de la Cordillera, 330 leguas de camino: y las habrá a causa de los rodeos precisos para hallar las aguadas y pasos de los ríos. Pero por un camino directo no puede haber tantas, si se considera que desde Buenos Aires a Mendoza hay menos de 300 leguas, abriendo algo más el rumbo desde aquí casi al poniente con muchas sinuosidades; y el Payen, según el rumbo de la Cordillera, queda al sur de Mendoza.

«Prosigue el derrotero al sur, costeando la Cordillera hasta el valle de los Césares.»

Caminando 10 leguas, se llega al río llamado San Pedro, y en medio de este camino, a las 5 leguas, está otro río y cerro, llamado Diamantino, que tiene metales de plata y muchos diamantes. Aquí habitan los indios llamados Diamantinos, que son en corto número.

Cuatro leguas más al sur, hacia el río llamado de los Ciegos, por unos indios que cegaron allí en un temporal de nieve, habita multitud de indios, llamados Peguenches. Usan lanza y alfanje, y suelen ir a comerciar con los Césares españoles.

Por el mismo rumbo del sur, a las 30 leguas, se llega a los indios Puelches, que son hombres corpulentos, con ojos pequeños. Estos Puelches son pocos, parciales de los españoles, y cristianos reducidos en doctrina, pertenecientes al obispo de Chile.1

En la tierra de estos Puelches hay un río hondo y grande, que tiene lavadero de oro. Caminando otras 4 leguas hay un río llamado de Azufre, porque sale de un cerro o volcán, y contiene azufre.

Por el mismo rumbo, a las 30 leguas, se halla un río muy grande y manso, que sale a un valle muy espacioso y alegre, en que habitan los indios Césares. Son muy corpulentos, y estos son los verdaderos Césares.

Es gente mansa y pacífica; usa flechas, o arpones grandes, y hondas, que disparan con mucha violencia: hay en su tierra muchedumbre de guanacos que cazan para comer. Tienen muchos metales de plata, y solo usan del plomo romo, por lo suave y fácil de fundir. En dicho valle hay un cerro que tiene mucha piedra imán.

Desde dicho valle, costeando el río, a las 6 leguas se llega a un pontezuelo, a donde vienen los Césares españoles que habitan de la otra banda, con sus embarcaciones pequeñas (por no tener otras), a comerciar con los indios. Tres leguas más abajo está el paso, por donde se vadea el río a caballo en tiempo de cuaresma, que lo demás del año viene muy crecido.

En la otra banda de este río grande está la ciudad de los Césares españoles, en un llano poblado, más a lo largo que al cuadro, al modo de la planta de Buenos Aires. Tiene hermosos edificios de templos, y casas de piedra labrada y bien techadas al modo de España: en las más de ellas tienen indios para su servicio y de sus haciendas. Los indios son cristianos, que han sido reducidos por los dichos españoles. A las partes del norte y poniente, tienen la Cordillera Nevada, donde trabajan muchos minerales de oro y plata, y también cobre: por el sudoeste y poniente, hacia la Cordillera, sus campos, con estancias de muchos ganados mayores y menores, y muchas chácaras, donde recogen con abundancia granos y hortalizas; adornadas de cedros, álamos, naranjos, robles y palmas, con muchedumbre de frutas muy sabrosas. Carecen de vino y aceite, porque no han tenido plantas para viñas y olivares. A la parte de sur, como a 2 leguas está la mar, que los proveen de pescado y marisco. El temperamento es el mejor de todas las Indias; tan sano y fresco, que la gente muere de pura vejez. No se conocen allí las más de las enfermedades que hay en otras partes; solo faltan españoles para poblar y desentrañar tanta riqueza. Nadie debe creer exageración lo que se refiere, por ser la pura verdad, como que lo anduve y toqué con mis manos.

(Firmado.) «Silvestre Antonio de Roxas.»

Dicho Silvestre se embarcó para Buenos Aires en los navíos de don José Ibarra, el año de 1714. La copia de su carta o memorial está autorizada por don Francisco Castejón, secretario de Su Majestad en la Junta de guerra del Perú, con fecha de 18 de mayo de 1716, para remitirla al Presidente de Chile, de orden del rey.

Los más tienen por falso lo que contiene dicho informe. No me empeño en justificarlo; pero me inclino a que es cierto lo principal, de haber tal ciudad de españoles, más hacia Buenos Aires, o el estrecho de Magallanes, y lo fundo en las razones siguientes.

La primera es, que el autor, después de referir al rey su historia, asegurando que los Peguenches lo cautivaron en la campaña de Buenos Aires, yendo a una vaquería con un don Francisco Ladrón de Guevara, a quien y a su comitiva mataron dichos indios, añade, que el haber salido de entre ellos, estimulado de su conciencia para morir entre cristianos, y restituirse a su patria, dejando las delicias del cacicazgo, fue también para informar de dicha ciudad al rey Nuestro señor, lastimándose mucho de la poca diligencia que para su descubrimiento hicieron en los tiempos pasados los ministros, a quienes los reyes, sus antecesores, le habían encargado.

Silvestre Antonio de Roxas no es nombre supuesto; porque don Gaspar Izquierdo afirma que lo conoció en Cádiz, en tiempo que le comunicó en sustancia lo mismo; y se lamentaba del poco caso que se había hecho de materia tan importante. Que el dicho Roxas, aunque fue pobre de Buenos Aires, con dinero que heredó de un hijo suyo en Sevilla, había comprado armas con que armar una compañía de soldados de a caballo para el dicho descubrimiento, y las volvió a vender.

Que no era imaginario dicho informe, se deduce de que su copia simple me la prestó en Chile don Nicolás del Puerto, general que fue de Chiloé: quien me afirmó, que, en virtud de este informe, se escribió a los Césares, el año de 1719, por un señor Oidor, de quien era amanuense dicho don Nicolás, y por orden de aquella Real Audiencia, una carta que un indio ofreció levar, y volver con la respuesta. Esta carta yo la vi, cuando el tal indio estuvo en esta ciudad de Buenos Aires a pedir a su Señoría algún socorro de caballos, que no se les dieron, y solo se le ofreció regalarle si conseguía carta de los Césares, y la traía a su Señoría antes de llevarla a Chile.

Que el dicho indio fuese embustero, es posible; pero don Nicolás del Puerto cree que lo mataron los indios Puelches, u otros; porque en la entrada que se hizo de Chiloé por el alzamiento de dichos Puelches, pareció en poder de un indio no conocido, la carta referida, que él reconoció en Chiloé por ser de su letra. También me informó dicho don Nicolás del Puerto, que en ocasión de hallarse en Chiloé, y en el estrecho de Magallanes, en un brazo de mar que entra tierra adentro, sacando los españoles de un navío que se le perdió, un indio de aquella tierra, a quien tomó afición, le comunicó, con gran encargo del secreto, que por esta parte de la Cordillera había un pueblo de españoles; pero que los indios no querrían que se supiera, y que si sabían que él lo había descubierto a algún español, lo matarían sin duda.

Dicho don Nicolás del Puerto me hizo relación de que este indio aseguraba, que aquel brazo de mar se juntaba a otro, que cree ser el estrecho de Magallanes, por donde fácilmente se podía navegar a dicho pueblo de españoles. Añade el mismo don Nicolás, que los vecinos de Chiloé desean hacer el descubrimiento, sin embargo de lo necesario que sería rodear en la Cordillera para hallar un camino; pero que solo lo impide su mucha pobreza; y que le parece que se empeñarían en 2 o 3.000 pesos, si se les anticiparan para los avíos del viaje.

Las tradiciones que hay en Chile, de lo que declararon allí dos hombres que salieron de dicho pueblo, a los treinta años de fundado, acreditan que no es fábula, y se conforman con el derrotero de Silvestre Antonio de Roxas. Porque dicen, que habiéndose perdido el navío en la altura de 50 grados, salieron a tierra con lo que pudieron salvar y cargar; y caminaron seis u ocho días al nordeste, hasta un paraje, donde se asentaron y poblaron, por haber sujetado allí, y rendídoseles más de tres mil indios con sus familias.

Y suponiéndose, por vía de argumento, que declinaron uno y medio grados del polo, quedaron en 48-1/2 de la equinoccial. Buenos...

Erscheint lt. Verlag 31.8.2010
Reihe/Serie Historia-Viajes
Verlagsort Barcelona
Sprache spanisch
Themenwelt Sachbuch/Ratgeber
Reisen Reiseführer Südamerika
Schulbuch / Wörterbuch Wörterbuch / Fremdsprachen
Geisteswissenschaften Geschichte
Schlagworte Historia-Viajes • Italia-Argentina • linkgua
ISBN-10 84-9953-486-4 / 8499534864
ISBN-13 978-84-9953-486-2 / 9788499534862
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