Cajas de cartón (eBook)

Relatos de la vida peregrina de un niño campesino
eBook Download: EPUB
2023 | 1. Auflage
143 Seiten
Fondo de Cultura Económica (Verlag)
978-607-16-8029-7 (ISBN)

Lese- und Medienproben

Cajas de cartón -  Francisco Jiménez
Systemvoraussetzungen
1,99 inkl. MwSt
  • Download sofort lieferbar
  • Zahlungsarten anzeigen
A lo largo de doce relatos, Francisco Jiménez narra sus experiencias en la infancia como migrante mexicano en los Estados Unidos. Otorga una perspectiva directa de las complejidades que vivió junto con su familia, como las múltiples mudanzas en busca de trabajo, las dificultades de ir a la escuela sin saber inglés, y la construcción de un nuevo hogar. De la mano de Panchito vivimos su cotidianeidad, los retos y las esperanzas que se van presentando a lo largo de los años en este nuevo hogar.

Francisco Jiménez emigró de Tlaquepaque a California, donde, siendo niño, trabajó junto a sus padres en campos agrícolas estadunidenses. Actualmente es profesor emérito de la Universidad de Santa Clara, California. Su trabajo ha sido reconocido por diversas instituciones e instancias gubernamentales tanto en los Estados Unidos como en México. Se ha hecho acreedor a diversos premios literarios. Su serie autobiográfica, compuesta por cuatro libros, que incluye Cajas de cartón, es considerada por la American Library Association Booklist una de las mejores 50 obras para jóvenes de todos los tiempos.

Francisco Jiménez emigró de Tlaquepaque a California, donde, siendo niño, trabajó junto a sus padres en campos agrícolas estadunidenses. Actualmente es profesor emérito de la Universidad de Santa Clara, California. Su trabajo ha sido reconocido por diversas instituciones e instancias gubernamentales tanto en los Estados Unidos como en México. Se ha hecho acreedor a diversos premios literarios. Su serie autobiográfica, compuesta por cuatro libros, que incluye Cajas de cartón, es considerada por la American Library Association Booklist una de las mejores 50 obras para jóvenes de todos los tiempos.

I. BAJO LA ALAMBRADA


 
 
LA FRONTERA es una palabra que a menudo escuchaba cuando, siendo un niño, vivía allá en México, en un ranchito llamado El Rancho Blanco, enclavado entre lomas secas y pelonas, muchos kilómetros al norte de Guadalajara. La escuché por primera vez a fines de los años cuarenta, cuando papá y mamá nos dijeron a mí y a Roberto, mi hermano mayor, que algún día íbamos a hacer un viaje muy largo hacia el Norte: cruzar la frontera, llegar a California y dejar atrás para siempre nuestra pobreza.

Yo ni siquiera sabía qué cosa era California exactamente, pero veía que a papá le brillaban los ojos siempre que hablaba de eso con mamá y sus amigos. “Cruzando la frontera y llegando a California nuestra vida va a mejorar”, decía siempre, parándose muy erguido y echando el pecho adelante.

Roberto, que era cuatro años mayor que yo, se emocionaba mucho cada vez que papá hablaba del mentado viaje a California. A él no le gustaba vivir en El Rancho Blanco, aún menos le gustó después de visitar en Guadalajara a nuestro primo Fito, que era mayor que nosotros.

Fito se había ido de El Rancho Blanco. Estaba trabajando en una fábrica de tequila y vivía en una casa con dos recámaras, que tenía luz eléctrica y un pozo. Le dijo a Roberto que él, Fito, ya no tenía que madrugar levantándose, como Roberto, a las cuatro de la mañana para ordeñar las cinco vacas. Ni tenía tampoco que acarrear a caballo la leche, en botes de aluminio, por varios kilómetros, hasta llegar al camino por donde pasaba el camión que la recogía para llevarla a vender al pueblo. Ni tenía que ir a buscar agua al río, ni dormir en piso de tierra, ni usar velas para alumbrarse.

Desde entonces, a Roberto solamente le gustaban dos cosas de El Rancho Blanco: buscar huevos de gallina y asistir a misa los domingos.

A mí también me gustaba buscar huevos e ir a misa. Pero lo que más me gustaba era oír contar cuentos. Mi tío Mauricio, el hermano de papá, solía llegar con su familia a visitarnos por la noche, después de la cena. Entonces nos sentábamos todos alrededor de la fogata hecha con estiércol seco de vaca y nos poníamos a contar cuentos mientras desgranábamos las mazorcas de maíz.

En una de esas noches papá hizo el gran anuncio: íbamos por fin a hacer el tan ansiado viaje a California, cruzando la frontera. Pocos días después empacamos nuestras cosas en una maleta y fuimos en camión hacia Guadalajara para tomar allí el tren. Papá compró boletos para un tren de segunda clase, perteneciente a los Ferrocarriles Nacionales de México. Yo nunca había visto antes un tren. Lo veía como un montón de chocitas metálicas ensartadas en una cuerda. Subimos al tren y buscamos nuestros asientos. Yo me quedé parado mirando por la ventana. Cuando el tren empezó a andar, se sacudió e hizo un fuerte ruido, como miles de botes chocando unos contra otros. Yo me asusté y estuve a punto de caerme. Papá me agarró en el aire y me ordenó que me quedara sentado. Me puse a mover las piernas, siguiendo el movimiento del tren. Roberto iba sentado frente a mí, al lado de mamá, y en su cara se pintaba una sonrisa grande.

Viajamos por dos días y dos noches. En las noches casi no podíamos dormir. Los asientos de madera eran muy duros y el tren hacía ruidos muy fuertes, soplando su silbato y haciendo rechinar los frenos. En la primera parada a la que llegamos le pregunté a papá:

—¿Aquí es California?

—No, m’ijo, todavía no llegamos —me contestó con paciencia—. Todavía nos faltan muchas horas más.

Me fijé que papá había cerrado los ojos. Entonces me dirigí a Roberto y le pregunté:

—¿Cómo es California?

—No sé —me contestó—, pero Fito me dijo que ahí la gente barre el dinero de las calles.

—¿De dónde sacó Fito esa locura? —preguntó papá, abriendo los ojos y riéndose.

—De Cantinflas —aseguró Roberto—. Dijo que Cantinflas lo había dicho en una película.

—Ése fue un chiste de Cantinflas —respondió papá siempre riéndose—. Pero es cierto que allá se vive mejor.

—Espero que así sea —dijo mamá. Y abrazando a Roberto agregó—: Dios lo quiera.

El tren redujo la velocidad. Me asomé por la ventana y vi que íbamos entrando a otro pueblo.

—¿Es aquí? —pregunté.

—¡Otra vez la burra al trigo! —me regañó papá, frunciendo el entrecejo—. ¡Yo te aviso cuando lleguemos!

—Ten paciencia, Panchito —dijo mamá sonriendo—. Pronto llegaremos.

Cuando el tren se detuvo en Mexicali, papá nos dijo que nos bajáramos.

—Ya casi llegamos —dijo mirándome.

Él cargaba la maleta color café oscuro. Lo seguimos hasta que llegamos a un cerco de alambre. Según nos dijo papá, ésa era la frontera. Él nos señaló la alambrada gris y nos aclaró que del otro lado estaba California, ese lugar famoso del que yo había oído hablar tanto. A ambos lados de la cerca había guardias armados que llevaban uniformes verdes. Papá les llamaba “la migra” y nos explicó que teníamos que cruzar la cerca sin que ellos nos vieran.

Ese mismo día, cuando anocheció, salimos del pueblo y nos alejamos varios kilómetros caminando. Papá, que iba adelante, se detuvo, miró todo alrededor para asegurarse de que nadie nos viera y se arrimó a la cerca. Nos fuimos caminando a la orilla de la alambrada hasta que papá encontró un hoyo pequeño en la parte de abajo. Se arrodilló y con las manos se puso a cavar el hoyo para agrandarlo. Entonces nosotros pasamos a través de él, arrastrándonos como culebras. Un rato después nos recogió una señora que papá había conocido en Mexicali. Ella había prometido que, si le pagábamos, iba a recogernos en su carro y llevarnos a un lugar donde podríamos encontrar trabajo.

Viajamos toda la noche en el carro que la señora iba manejando. Al amanecer llegamos a un campamento de trabajo cerca de Guadalupe, un pueblito en la costa. Ella se detuvo en la carretera, al lado del campamento.

—Éste es el lugar del que les hablé —dijo cansada—. Aquí encontrarán trabajo pizcando fresa.

Papá bajó la maleta de la cajuela, sacó su cartera y le pagó a la señora.

—Nos quedan nomás siete dólares —dijo, mordiéndose el labio.

Después de que la señora se fue, nos dirigimos al campamento por un camino de tierra flanqueado por árboles de eucalipto. Mamá me llevaba de la mano, apretándomela fuertemente. En el campamento les dijeron a mamá y papá que el capataz ya se había ido y que no volvería hasta el día siguiente.

Esa noche dormimos bajo los árboles de eucalipto. Juntamos unas hojas que tenían un olor a chicle y las apilamos para acostarnos encima de ellas. Roberto y yo dormimos entre papá y mamá.

A la mañana siguiente me despertó el silbato de un tren. Por una fracción de segundo me pareció que todavía íbamos en el tren rumbo a California. Echando un espeso chorro de humo negro, el tren pasó detrás del campamento. Viajaba a una velocidad mucho mayor que el tren de Guadalajara. Mientras lo seguía con la mirada, oí detrás de mí la voz de una persona desconocida. Era una señora que se había detenido para ver en qué nos podía ayudar. Su nombre era Lupe Gordillo y era del campamento vecino al nuestro. Nos llevó algunas provisiones y nos presentó al capataz que afortunadamente hablaba español. Él nos prestó una carpa militar para vivir en ella, y también nos ayudó a armarla.

—Ustedes tienen suerte —nos dijo—. Ésta es la última que nos queda.

—¿Cuándo podemos comenzar a trabajar? —preguntó papá, frotándose las manos.

—En dos semanas —respondió el capataz.

—¡No puede ser! —exclamó papá, sacudiendo la cabeza—. ¡Nos dijeron que íbamos a trabajar de inmediato!

—Lo siento mucho, pero resulta que la fresa no estará lista para pizcar hasta entonces —contestó el capataz, encogiéndose de hombros y luego retirándose.

Después de un largo silencio, mamá dijo:

—Le haremos la lucha, viejo. Una vez que empiece el trabajo todo se va a arreglar.

Roberto estaba callado. Tenía una mirada muy triste.

Las dos semanas siguientes mamá cocinó afuera, en una estufita improvisada hecha con algunas piedras grandes, y usando un comal que le había dado doña Lupe. Comíamos verdolagas, y también pájaros y conejos que papá cazaba con un rifle que le prestaba un vecino.

Para distraernos, Roberto y yo nos poníamos a ver los trenes que pasaban detrás del campamento. Nos arrastrábamos debajo de una alambrada de púas para llegar a un punto desde donde los podíamos ver mejor. Los trenes pasaban varias veces al día.

Nuestro tren favorito pasaba siempre a mediodía. Tenía un silbido diferente al de los otros trenes. Nosotros lo reconocíamos desde que venía de lejos. Roberto y yo le llamábamos “El Tren de Mediodía”. A menudo llegábamos temprano y nos poníamos a jugar en los rieles mientras esperábamos que pasara. Corríamos sobre los rieles, o caminábamos sobre ellos, procurando llegar lo más lejos que pudiéramos sin caernos. También nos sentábamos en los rieles para sentirlos vibrar cuando se acercaba el tren. Conforme pasaron los días, aprendimos a reconocer desde lejos al conductor del tren. Él disminuía la velocidad cada vez que pasaba junto a nosotros y nos saludaba con su cachucha gris con rayas blancas. Nosotros también le devolvíamos el saludo.

...

Erscheint lt. Verlag 15.12.2023
Reihe/Serie Colección Popular
Verlagsort Mexico City
Sprache spanisch
Themenwelt Kinder- / Jugendbuch Biographien
Schlagworte Francisco – Testimonios • jiménez • literatura norteamericana • Migrantes – Estados Unidos de Norteamérica • narrativa
ISBN-10 607-16-8029-8 / 6071680298
ISBN-13 978-607-16-8029-7 / 9786071680297
Haben Sie eine Frage zum Produkt?
EPUBEPUB (Ohne DRM)
Größe: 1,2 MB

Digital Rights Management: ohne DRM
Dieses eBook enthält kein DRM oder Kopier­schutz. Eine Weiter­gabe an Dritte ist jedoch rechtlich nicht zulässig, weil Sie beim Kauf nur die Rechte an der persön­lichen Nutzung erwerben.

Dateiformat: EPUB (Electronic Publication)
EPUB ist ein offener Standard für eBooks und eignet sich besonders zur Darstellung von Belle­tristik und Sach­büchern. Der Fließ­text wird dynamisch an die Display- und Schrift­größe ange­passt. Auch für mobile Lese­geräte ist EPUB daher gut geeignet.

Systemvoraussetzungen:
PC/Mac: Mit einem PC oder Mac können Sie dieses eBook lesen. Sie benötigen dafür die kostenlose Software Adobe Digital Editions.
eReader: Dieses eBook kann mit (fast) allen eBook-Readern gelesen werden. Mit dem amazon-Kindle ist es aber nicht kompatibel.
Smartphone/Tablet: Egal ob Apple oder Android, dieses eBook können Sie lesen. Sie benötigen dafür eine kostenlose App.
Geräteliste und zusätzliche Hinweise

Buying eBooks from abroad
For tax law reasons we can sell eBooks just within Germany and Switzerland. Regrettably we cannot fulfill eBook-orders from other countries.

Mehr entdecken
aus dem Bereich