La historia de Troya (eBook)

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2021 | 1. Auflage
184 Seiten
Ediciones Siruela (Verlag)
978-84-18708-67-1 (ISBN)

Lese- und Medienproben

La historia de Troya -  Roger Lancelyn Green
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Un acercamiento perfecto para el público más joven a la cultura clásica y sus mitos, en una magistral versión de la última gran leyenda de la Edad Heroica, el asedio de Troya: con su caída comienza la Historia. Roger Lancelyn Green se acerca una vez más a la mitología, en esta ocasión para contar la extraordinaria historia de Helena, cuyo rostro lanzó mil naves al mar, y la del juicio de Paris; la de la reunión de los todos los héroes y la del asedio de Troya; la del feroz Aquiles y su vulnerable talón, guerrero criado con miel salvaje y médula de león por un centauro; la de Odiseo, el último de los héroes, y su ardid del Caballo de Madera, y la de las muchas aventuras en su largo viaje de regreso a Grecia. La Ilíada, la Odisea, la Eneida, el Agamenón, Ovidio, Homero, Sófocles... Solo Lancelyn Green conseguiría recoger en un único volumen y para el lector más joven a los grandes de la literatura clásica.

La afición de Roger Lancelyn Green (1918-1987) a mitos y leyendas floreció durante sus años de estudiante en la universidad de Oxford, donde se enriqueció con una duradera pasión por Grecia y su cultura. También le fascinaron las obras de teatro clásicas y la reelaboración de los mitos antiguos. A partir de 1946 publicó un gran número de libros: biografías de sus autores favoritos, relatos originales para niños y unos cincuenta volúmenes con su personal visión de las leyendas tradicionales, como la de El rey Arturo y sus caballeros de la Tabla redonda (Siruela, 1996).

La afición de Roger Lancelyn Green (1918-1987) a mitos y leyendas floreció durante sus años de estudiante en la universidad de Oxford, donde se enriqueció con una duradera pasión por Grecia y su cultura. También le fascinaron las obras de teatro clásicas y la reelaboración de los mitos antiguos. A partir de 1946 publicó un gran número de libros: biografías de sus autores favoritos, relatos originales para niños y unos cincuenta volúmenes con su personal visión de las leyendas tradicionales, como la de El rey Arturo y sus caballeros de la Tabla redonda (Siruela, 1996).

1

Las bodas de Peleo y Tetis

Pues a última hora entre ellos surgió una amarga disputa

en el palacio de Peleo el día de sus esponsales,

cuando Peleo se unió a una diosa inmortal,

y allí fue invitado todo el panteón celestial;

salvo la diosa Discordia, que aun así trajo porfía,

y una manzana arrojó sobre la mesa nupcial.

 

ANDREW LANG, Helena de Troya

 

Para los antiguos griegos el Sitio de Troya era el principal y más grande acontecimiento de la Edad de los Héroes, esa época prodigiosa en la que los Inmortales que habitaban en el Olimpo, y a quienes ellos adoraban como a dioses, se mezclaban con los hombres y participaban en sus asuntos.

La caída de Troya marca el momento en que acaba la leyenda y comienza la historia. Aun así, la gran aventura hunde sus raíces en los primeros mitos de la formación del mundo, pues el relato de Troya comienza con la historia de Prometeo.

Prometeo era un Titán, un gigante proveniente de los tiempos más remotos. También era un Inmortal que, aun careciendo de los poderes de Zeus, era capaz de prodigios que incluso al Olímpico le estaban vedados, pues podía prever el futuro. También tenía el poder del amor, del que en principio Zeus carecía, y este amor fue entregado a la humanidad, a los pobres mortales de este mundo, a los que él había ayudado a moldear.

En los días anteriores a la creación del hombre, según cuentan las viejas leyendas, Zeus combatió y destronó a su terrible padre, Crono, un ogro espantoso que devoraba a sus hijos para evitar que se rebelaran contra él. Prometeo secundó a Zeus en esta pugna legítima, y le ayudó también a conseguir que la humanidad poblara la tierra devastada. Pero entonces, a causa de su gran amor, Prometeo desobedeció a Zeus y robó el fuego del Cielo para entregárselo al Hombre, lo cual le ponía en un segundo lugar respecto a los Inmortales.

Zeus furioso encadenó a Prometeo al monte Cáucaso, más allá del mar Negro. Prometeo predijo entonces que Zeus había de caer como también había caído Crono, y que tan solo él sabía lo que Zeus tenía que hacer para evitar ese destino.

Zeus amenazó, prometió y suplicó, mas en vano. Entonces, dominado por la rabia y la angustia, envió un águila para que devorara día tras día el hígado del pobre Titán inmortal, el hígado que todas las noches debía volver a crecer y renovarse. Pero incluso bajo este pavoroso tormento Prometeo no reveló su secreto.

El tiempo pasaba, y Zeus empezó a aprender la clemencia y el amor a través del sufrimiento y la zozobra que lo consumían, pues bien sabía que Prometeo en verdad podía anticipar el futuro, y que nada podría alterar lo que viera.

Cuando Zeus empezó a ayudar a los hombres que pululaban por la tierra sobrevino la Edad de los Héroes, y Zeus se unió a muchas mujeres mortales, a pesar de los celos terribles de Hera, su esposa Inmortal.

El último de los hijos mortales de Zeus fue el más grande de todos los Héroes, Heracles, el hombre más fuerte que jamás haya existido. Mientras Heracles viajaba por la tierra ejecutando sus Doce Trabajos y librándola así de muchas criaturas malignas, Zeus lo envió al Cáucaso para que soltara a Prometeo. No había condiciones ligadas a este acto de piedad, tras lo cual Prometeo pudo volver discretamente a su labor entre los humanos, a los que amaba.

Pero Heracles continuó con sus grandes hazañas, la última de las cuales fue aquella para la que Zeus le había engendrado: luchar al lado de los Inmortales en su gran guerra contra los Gigantes, contienda que no podía ser ganada a menos que un héroe mortal rematara a los Gigantes según iban cayendo derribados por los Inmortales.

Tras la victoria de los dioses, Zeus sintió que, por lo menos durante un tiempo, estaba libre de congojas y que podía dedicarse a divertirse y holgar con los demás Inmortales.

—No tendré más hijos mortales —dijo—, pues Heracles, el héroe que nos salvó de los Gigantes, debe ser el último varón de este linaje. Mas he oído hablar de una bellísima ninfa marina llamada Tetis; me uniré a ella y quizá tengamos una hija que sea la mujer más hermosa que jamás se haya visto entre los hombres.

Así fue como Zeus visitó las cavernas del océano, y descubrió que Tetis era tan bella e inteligente como se decía. Dispuso todo para celebrar un gran banquete nupcial, ordenando a todos los demás Inmortales que se prepararan para el mismo. Incluso la celosa Hera estaba tan feliz en aquellos días que no intentó evitar el enlace ni causar ningún mal a Tetis, como había hecho en el caso de otros devaneos de Zeus con mujeres mortales.

Mas súbitamente Prometeo, el buen Titán, vino hasta Zeus y le previno:

—Gran Zeus, aunque me trataste cruelmente al principio, bien sé que lo hiciste debido al miedo que te angustiaba. Nunca te hubiera dicho cómo evitar el peligro que se cierne inexorable sobre ti, el peligro del hijo que te ha de destronar como tú destronaste a tu padre, Crono, y que ha de reinar en tu lugar como tú reinas en el suyo. No, nunca te lo hubiera revelado por mucho que enviaras a tu águila a que me desgarrara el hígado. Mas tú sabes bien que el futuro, velado incluso para ti, en ocasiones aparece diáfano en mi mente. ¿Acaso te advertí en vano de la llegada de los Gigantes, y de que solo los derrotaríais si contabais con un Héroe humano fuerte y animoso que luchara a vuestro lado? Ese hombre era Heracles y la batalla tuvo el desenlace que yo había vaticinado.

Zeus inclinó la cabeza y asintió:

—Titán Prometeo, todo sucedió como tú dices. Al principio yo no sentía ningún amor por los hombres mortales, y te aborrecía por robar el fuego para entregárselo. Como tú dices, yo era cruel y despiadado, pero he aprendido gracias al sufrimiento, y ya no te odio ni te deseo ningún mal, aunque te niegues a declarar cuál es el peligro que me amenaza. Para demostrarlo envié a mi hijo, Heracles, a que matara con sus flechas el águila que te atormentaba y te liberara de tus ataduras, dejándote solo el Anillo del dedo como señal de tus padecimientos por la humanidad. Nada te pedí a cambio de tu libertad, y de hecho me congratulo sobre manera al verte de nuevo afanándote en favor de la noble raza de los hombres.

—Aunque puedo vislumbrar mucho del futuro —dijo Prometeo—, ignoro cómo puedan cambiar los corazones de los hombres o de los Inmortales. El tuyo se ha transformado, gran Zeus, y ahora puedo hablarle al Padre clemente de los dioses y de los hombres, advertirle del peligro que le acecha y hacerle saber cómo evitarlo. Escucha ahora la profecía que yo conocía desde el principio de los tiempos: «El hijo de Tetis será más grande que su padre». ¡Una cuestión tan nimia, un peligro tan fácil de eludir!, aun así ¡podría haber provocado la caída del mismísimo gran Zeus!

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Zeus, que estalló luego en una gran carcajada de alivio y de gozo, y el trueno retumbó, mientras los relámpagos del verano encendían el claro cielo.

—¡Te lo agradezco de corazón, titán Prometeo! —exclamó—. Eres mi socorro y mi amigo una vez más. Casaremos a Tetis con un esposo mortal, y su hijo será el último de los héroes. He decidido que la gran guerra de Troya, la más grande y famosa ocasión de todos los tiempos, se produzca inexorablemente. Renombrados serán también los héroes que combatan en ella; mas con ellos la Edad de los Héroes tocará a su fin, y sobrevendrá la Edad de los Hombres, la Edad de Hierro.

El héroe elegido como marido de Tetis fue el argonauta Peleo, que había ayudado a Heracles y a Telamón a saquear Troya cuando su rey, Laomedonte, se negó a cumplir la promesa de entregar sus caballos mágicos a cambio de rescatar a Hesíone del monstruo marino.

Sucedió que Peleo mató por error a su amigo Euritión y, en consecuencia, fue obligado a abandonar su país. Fue a vivir a Yolco, donde reinaba Acasto, el hijo de Pelias, y allí vivió felizmente algún tiempo.

Pero entonces Zeus quiso que la reina Astidamía se enamorara de él, y que le suplicara que huyeran juntos. Peleo se negó: no estaba dispuesto a ultrajar de manera tan indigna a su anfitrión, robándole a su esposa. Astidamía se puso furiosa, y su amor se convirtió en un aborrecimiento tan profundo que no deseaba otra cosa más que verlo muerto. Fue hasta su marido con la calumnia de que Peleo había tratado de persuadirla de que se fugara con él, y que la había amenazado con llevársela a la fuerza si se negaba.

Naturalmente el rey Acasto se encolerizó. No deseaba asesinar a Peleo, que era su huésped, pero sí decidió provocar su muerte. De modo que él y sus nobles invitaron a Peleo a cazar en el monte Pelión, y propusieron un desafío consistente en ver quién era capaz de cobrar más piezas ese día.

Peleo era un montero muy diestro, y además poseía una espada mágica que le habían otorgado los Inmortales en reconocimiento de su virtud. Esta arma le garantizaba siempre el éxito en la caza y la victoria en el combate. En esta ocasión, como barruntaba una celada, cada vez que abatía un animal le cortaba la lengua y se la guardaba en el morral.

Al final de la jornada, Acasto y los suyos reclamaron todas las piezas como propias y se burlaron de Peleo por no haber matado ninguna fiera.

—Habéis cazado bien —respondió Peleo con voz tranquila—, pero a mí me ha ido aún mejor, ¡pues yo he abatido tantos animales como...

Erscheint lt. Verlag 5.5.2021
Reihe/Serie Las Tres Edades
Übersetzer José Sánchez Compañy
Verlagsort Madrid
Sprache spanisch
Themenwelt Kinder- / Jugendbuch Vorlesebücher / Märchen
Schlagworte Agamenón • A partir de 12 años • Aquiles • Asedio de Troya • Centauro • Clásicos - novela • Ficción clásica juvenil • Juicio de Paris • La Eneida • la iliada • la Odisea • literatura infantil y juvenil • mitología
ISBN-10 84-18708-67-0 / 8418708670
ISBN-13 978-84-18708-67-1 / 9788418708671
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