Historia de la Companía de Jesús en Nueva-Espana (eBook)

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2015
154 Seiten
Booklassic (Verlag)
978-963-526-575-6 (ISBN)

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Historia de la Companía de Jesús en Nueva-Espana - Francisco Javier Alegre
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La Historia de la Companía de Jesús en la Nueva Espana es una suma histórica escrita por Alegre en el momento de la expulsión de los jesuitas de todos los territorios de la corona espanola (1767), que retoma, sintetiza y reorganiza cronológicamente las principales crónicas de los historiadores jesuitas que lo precedieron (Pérez de Ribas y Kino en particular), así como buena parte de las Cartas Anuas, informes generales elaborados cada ano por la Companía. Además de las informaciones sobre el funcionamiento interno de la orden, este libro es una auténtica mina de datos sobre la historia de la importante red de misiones que los jesuitas habían desarrollado en la Nueva Espana.

Tomo I

Colocación de las santas reliquias



Dejamos disponiéndose en el colegio máximo la solemne colocación de santas reliquias. El excelentísimo señor virrey, los cabildos eclesiásticos  y secular, los colegios, los republicanos, y las señoras mismas, quisieron tomar mucha parte en la dedicación y hacer alarde no tanto de su riqueza, como de su piedad, y lo que acaso pudiera hacerse increíble, de la grande aceptación y general aplauso que en tan pocos años se ha granjeado la Compañía. De la relación de estay fiestas, sacó a luz un tomo el padre Pedro Morales; pero por ser hoy muy exquisito este libro y tener aquí su propio lugar, daremos una idea general, dejando aquellas particularidades que están bien en una circunstanciada relación, y no tienen lugar decente en una historia. Mandáronse imprimir unos breves sumarios de todas las reliquias, de las muchas indulgencias que la Santidad de Gregorio XIII concedía para el día de su colocación, que se señalaba el 1.º del próximo noviembre, y de otra, que había añadido de su parte el señor arzobispo. Con esto se convidaron las cabezas eclesiásticas y seculares, y las personas más distinguidas de esta ciudad. Y pareciéndoles a los diputados poco concurso el de todo México, despacharon fuera de él muchas copias a todas las ciudades y lugares del reino, con una relación del grande aparato que se prevenía. La devoción o la curiosidad fue tanta, que de muy lejos se vieron correr en tropas a la capital, y su notó, no sin admiración que fuese en fuerza del convite, o lo que parece más verosímil, por una rara y misteriosa contingencia, que de todas las catedrales del reino se hallaron para el día 1.º de noviembre algunos capitulares que la iglesia metropolitana, como si fuera de su mismo gremio, abrazó y honró cuanto fue posible con los más distinguidos puestos. La ciudad y ayuntamiento publicó un cartel literario con siete certámenes, señalando ricos premios y jueces que reconociesen el mérito de las piezas y los adjudicasen a las que debían ser coronadas. Este cartel, con el noble acompañamiento de los diputados y algunos otros caballeros, de muchos colegiales de los seminarios, y otros de los más principales de nuestros, estudios, con ricos vestidos y jaeces, al son de trompetas y clarines, se paseó por las calles. Llegando la vistosa caravana a las casas de cabildo, un heraldo lo leyó en alta voz desde el balcón, y al mismo, en un dosel de damasco carmesí con franjas de oro, estuvo puesto algunos días. Se dispusieron diez y nueve relicarios, cuyo adorno fue de cuenta de las más nobles señoras, que con una piadosa porfía procuraron excederse unas a otras, no menos en la disposición y simetría, que en el número y preciosidad de las joyas. El señor virrey mandó venir los caciques de los pueblos comarcanos con sus respectivas  insignias y música. Trajeron consigo los santos patronos de sus pueblos, y tuvieron a su cargo asear las calles y alfombrarlas de yerbas y llores que aun por noviembre no faltan en la América. Hizo, fuera de esto, Su Excelencia visita de las dos cárceles públicas de la ciudad, y en atención a la solemnidad del día, dio libertad a muchos presos, cuyas causas lo permitían, ofreciéndose Su Excelencia y los reales ministros que lo acompañaban, con grande ejemplo de liberalidad y caridad cristiana, a pagar las deudas que muchos de aquellos infelices eran el único delito que los había conducido a aquel lugar. Acción que enseñó a toda la república, que aquel exterior magnífico no podía ser agradable a los santos, si no le añadían los interiores afectos de piedad, y la práctica de las virtudes cristianas de que ellos nos dejaron tan heroicos ejemplos. Las santas reliquias se condujeron ocultamente de nuestra iglesia a la catedral, de donde debía salir la procesión. Desde aquí hasta nuestro colegio se levantaron cinco arcos triunfales, el que menos de cincuenta pies de alto, todos de muy bella arquitectura de diversos órdenes, con varias pinturas o propias o simbólicas, y sus compartimientos para las tarjas y letras dedicatorias y alusivas, de muy bello gusto. Fuera de estos pusieron los indios a su modo más de otros cincuenta, revestidos de yerba y flores olorosas y adornados de flamillas y gallardetes con varios colores, y de trecho en trecho algunos árboles con sus respectivas frutas, unas naturales, otras fingidas o de cera o de arcilla, y muchos pajarillos, que atados con hilos largos, volaban con alegre inquietud entre las ramas. Las puertas, balcones y ventanas se adornaron con ricas tapicerías y varios doseles de oro y seda. La riqueza de los adornos, y el artificio y disposición fue tal, que el excelentísimo señor don Martín Enríquez, después de verlo todo muy espacio, dijo a los padres y señores que lo acompañaban, que todo el poder del rey en las Indias no era capaz de aventajar lo que en la presente ocasión había hecho la Compañía.

A la mañana concurrieron a la catedral todo el clero y beneficiados comarcanos con sobrepellices, las religiones, los colegios y cofradías con sus diferentes insignias. Los dos cabildos, eclesiástico y secular, y el señor virrey con el gravísimo senado de oidores, alcaldes de corte y demás ministros de real audiencia, toda la nobleza de la ciudad e innumerable pueblo. Ya todo se disponía a la marcha cuando repentinamente llegó a Su Excelencia un correo de Veracruz con la noticia del feliz arribo de la flota a aquel puerto, y vuelto a los circunstantes, ya comenzamos, dijo, a experimentar el patrocinio de los santos. Y efectivamente, fuera de ser tan plausible esta nueva en México, lo era mucho más en las circunstancias de estar tan entrado el invierno, y de ser el tiempo de nortes, a cuya violencia se temía que peligrasen los navíos sobre la costa. En acción de gracias se mandó luego entonar el Te Deum con universal regocijo que contribuyó no poco para hacer este día de los más bellos y festivos que ha tenido la América. Comenzó luego a ponerse en orden de concurso. Los diez y ocho relicarios llevaban otros tantos señores prebendados revestidos de riquísimos ornamentes, seguía con la sagrada espina don Francisco Santos, tesorero de la Santa Iglesia e inquisidor, electo después obispo de la nueva Galicia. El ilustrísimo señor don Pedro Moya de Contreras, ocupado en la visita de su diócesis, no pudo hallarse a la función que había sin duda autorizado gustosamente. Con este orden llegó la procesión al primer arco situado en aquel ángulo de la plaza que da fin a las casas del marqués del Valle, y donde desemboca la calle de Tacuba, alto de cincuenta pies y ancho de treinta y ocho. Era de orden toscano, con dos fachadas, una al Sur que miraba a la gran plaza, y otra al Norte hacia la calle de Santo Domingo. Tres hermosas portadas daban paso, dos colaterales y una en medio más alta en un tercio: en el friso que miraba al Sur se veía la dedicatoria a San Hipólito mártir, patrón principal de esta ciudad, por haberse conquistado en su día esta corte de la América. La reliquia de este insigne mártir, junto con otra que se venera en la iglesia catedral, marchaba la primera en un brazo de plata de dos tercias de alto. Al llegar la sagrada reliquia salió del arco una danza de jóvenes vestidos a la antigua mexicana, con mucha seda y hermoso plumaje. Cantaron en alabanza del santo mártir en la lengua del país, con metro castellano, algunos motes al compás de varias escaramuzas que hicieron con mucho aire. Al fin de esta cuadra, en medio de las cuatro esquinas, estaba un majestuoso edificio que se elevaba sobre todas las azoteas en forma de trono, sobre treinta y dos pies de ancho, con cuatro frentes a otras tantas calles. En cuatro gradas se levantaban otras tantas columnas, histreadas de dieciséis pies, y orden jónico, que recibían cuatro airosos arcos. Sobre estos corría al rededor un zoclo en que se leía la dedicatoria a los santos Crispín y Crispiniano, y sustentaba una hermosa cúpula que terminaba en un globo dorado y bellamente bruñido. En las cuatro esquinas se habían dispuesto unos doseles con vistosas tarjas y poesías en alabanza de aquellos ilustres mártires. Cuatro pinturas de su martirio adornaban las cuadro frentes del zoclo inferior, y dentro, en un altar riquísimamente adornado, se veían sus estatuas, y se colocaron también sus reliquias mientras se cantaba un villancico, se admiraba su hermosura y se tomaba aliento.

De este edificio volvió la procesión al Oriente por la calle que hoy llaman de los Cordovanes, adornada de ricos tapices y paños de Flandes. Poco después del principio de la cuadra, que tiene de largo setecientos cincuenta pies, se entraba por tres portadas en una bóveda que corría por más de ciento y sesenta, toda curiosamente entretejida de flores y yerbas olorosas, y entre las ramas pendientes muchas frutas. Sobre los arcos de las portadas se veía graciosamente imitado un edificio rústico, y dentro los caciques y gobernadores indios con muchas banderas y gallardetes, y gran golpe de flautas, trompetas y clarines. Al pasar la procesión con varios artificios se desprendían de arriba innumerables flores, se abrían pomos con aguas olorosas, se soltaban pájaros, y brotaban entre la yerba mil juegos de agua diferentes. A los lados de la bóveda se veían muchas tarjas con pinturas y poesías alusivas al martirio de San Juan Bautista, a quien estaba el arco dedicado. En medio de la cuadra estaba un altar magnífico, y se entraba luego en otro arco o bóveda semejante a la primera que los caciques de Chalco y otras provincias habían adornado a competencia. Entrose siguiendo el mismo rumbo en otra cuadra que llaman hoy de...

Erscheint lt. Verlag 29.6.2015
Sprache spanisch
Themenwelt Geschichte Teilgebiete der Geschichte Religionsgeschichte
Geisteswissenschaften Religion / Theologie Hinduismus
ISBN-10 963-526-575-1 / 9635265751
ISBN-13 978-963-526-575-6 / 9789635265756
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